El fin del éxtasis. Del amor ciego al buen amor

Una de las cosas que más me impacta de nosotros, los seres humanos, es la capacidad de amar. La ciencia contempla que, a lo largo de la historia, las ramas de homínidos que se  mostraron más cooperativas y amorosas entre sus miembros son las que evolucionaron. Por este motivo, a muchos de nosotros -y cada vez somos más- nos parece imperativo dejar de lado ciertas maneras manipuladas de entender el amor, que nos alienan de nuestra verdadera naturaleza amorosa y nos hacen actuar más bien de manera irresponsable. Por ejemplo, entender el amor como una mera y simple emoción, o como una idea romántica, o como un ideal o una virtud, que como toda virtud nos resulta inalcanzable. A muchos de nosotros se nos hace urgente entender qué es realmente el amor, sin edulcorantes ni ideales, y poder vivir en los valores fundamentales del amor para la conservación y el buen desarrollo de la vida. Y no solo la humana.

Parece ser, pues, que sobrevivimos amándonos. Entonces, ¿qué es amar? Dice H. Maturana (1) que los humanos somos seres biológicamente amorosos y que amar es relacionarse con el otro considerándolo como otro legítimo. B. Hellinger (2) lo explica según unos órdenes los cuales reconocen un lugar de dignidad y de respeto para cada persona intengrante de un sistema. F. Perls (3) nos dejó una especie de plegaria en donde exalta la libertad de ser uno mismo sin asimilarse a la voluntad del otro (4). Dicho a mi manera, síntesis de la comprensión de las anteriores, amar es aceptar al otro tal y como es, validando su peculiar manera de hacer, de sentir y de pensar, diferente a mi (biológica, social, étnica, religiosa o ideológicamente). Reconocer que es único e irrepetible y que, por esta razón, tiene un lugar en todos los sistemas a los cuales pertenezca.

De acuerdo con Maturana, el amor es más que una emoción. Sería una conducta-relación inherente a la vida, y afirma que estamos diseñados para actuar entre nosotros con confianza y de manera amorosa. Razón no le falta cuando pone como ejemplo que toda criatura nace en la confianza de que habrá una madre (yo añado: no necesariamente la biológica) que le sostendrá en los brazos y cuidará de su vida. De no así muere. Cuando no nos relacionamos de este modo nos estamos negando o rechazando y, en consecuencia, nos estamos agrediendo. Así, aquello que se opone al amor es la agresión, entendida como una violencia que podemos dirigir a los demás o que volvemos hacia nosotros mismos cada vez que no atendemos nuestro deseo o nuestra necesidad. O cada vez que ignoramos a los demás, que les exigimos que haga, piense o sienta igual que nosotros. Esta forma de actuar que no acepta al otro y lo rechaza o lo niega, se da probablemente para ahorrarse el caos que supone ponerse en empatía.

Sentirse negado o (auto)negarse es, tal vez, una de las experiencias más dolorosas que podemos atravesar.

Qualquier otra persona es diferente a nosotros, y el riesgo de no entenderla o de que ella no nos entienda puede perturbarnos, puede suponernos un caos. Así, a menudo parece más fácil y rápido deshacerse de  la diferencia rechazando al otro, o manipulándole para asimilarlo en nuestra forma de pensar y actuar. Luchamos para imponer nuestra propia manera de hacer, en lugar de admitir que la perturbación que causamos nosotros en los demás es, para ellos, una experiencia tan válida como el caos que ellos nos provocan a nosotros.

Si bien es cierto que, a veces, es preciso llegar a un consenso, éste no siempre es viable o necesario. Entonces, ¿podemos aceptarnos sin ponernos de acuerdo? Relacionarme con el otro con la perturbación que me supone no entenderle, no habría de ser un imposible, ni siquiera habría de ser peligroso. Justamente, tanto Maturana como Hellinger o la Gestalt sugieren que estamos biológicamente equipados para este tipo de relación y nos animan a desarrollar y cultivar los recursos y actitudes adecuadas y necesarias para vivir dentro de los parámetros del amor. Un intercambio en términos amorosos podría contribuir a un enqriquecimiento y a un crecimiento de todas las partes.

¿Cómo puedo, entonces, legitimar al otro? Es decir, ¿Cómo le puedo amar? Tratándole con los valores fundamentan la base del amor: el respeto, la confianza, la cooperación. Estas son maneras amorosas de actuar entre nosotros porque, cuando nos relacionamos en un respetuoso y nos sentimos en confianza, nos sabemos validados y aceptados, y no nos hace falta hacer esfuerzos para ganarnos “el rango de queribles”. Somos libres de expresarnos tal y como somos, en la confianza de que conservaremos nuestro lugar en el grupo. Es, por tanto, en la aceptación que las personas podemos desarrollarnos y crecer sanamente: “cuanta menos sea la confianza que tengamos en nosotros mismos, menor es el contacto entre nosotros y el mundo, y más grande es nuestro deseo de controlar”, nos advierte F. Perls (5).

¿Cómo podemos promocionar estos valores en nuestro día a día? Cultivando aquellas acciones y actitudes que favorecen el respeto y la confianza, así como la cooperación, como son mirar y escuchar al otro, a los demás. Estas son dos acciones sencillas y básicas que nos permiten reconocer a la otra persona. Practicándolas, legitimamos al otro con la mirada y la escucha atenta. Cuando estas condiciones amorosas no se cultivan en nuestro entorno, nos podemos volver violentos, o ponernos enfermos, incluso morir. Así de sensibles somos.

Hay un amor por el cual las personas estamos dispuestas a hacer lo que sea: el amor que trata de evitar que otro miembro de la familia sufra. ¿No es hermoso? Sin embargo, Hellinger lo llama “amor ciego” y es el responsable de las implicaciones sistémicas. Este es un amor que, a pesar de sus buenas intenciones, crea tensiones en el entorno familiar. Un claro ejemplo de este amor son los síntomas que podemos manifestar las personas cuando, para ahorrarle dolor, cargamos con los asuntos de otro miembro del sistema. Muy frecuentemente lo vemos en niños y niñas que no quieren comer, se hacen pipí o caca encima, no prestan atención o no desean ir al colegio, por ejemplo. O en adolescentes que, por ejemplo, tienen conductas de riesgo. En cualquier caso, los padres no pueden encarar sus asuntos pendientes de su historia familiar. Estos padres “miran” hacia los asuntos  no resueltos de su vida o de sus familias, y los niños y los adolescentes tienen la fantasía de que captando la atención de sus padres, los distraerán de aquello que “miran” y les podrán ahorrar el sufrimiento. Se trata de un pensamiento mágico, un amor que cierra los ojos a la realidad y no la mira. La realidad es que nadie puede hacerse cargo de las historias de vida de los otros, aunque ponga en peligro su propia vida. Es necesario aprender a conservar nuestro lugar y al mismo tiempo respetar el lugar de los otros.

 

Sin embargo, cuando nos sentimos vistos y escuchados, nos afirmamos y nos sentimos “yo”. El “yo” se reconoce y sana frente a un “tú”. Aquello que ocurre entre nosotros cuando entablamos conversaciones y compartimos experiencias es una relación. La relación es el espacio de la transmisión y del intercambio. Las conversaciones, las relaciones, la convivencia en lo cotidiano son los canales a través de los cuales nos podemos transformar, precisamente porque podemos mirar y ser vistos, escuchar y ser escuchados, expresarnos y ser aceptados. Es por esta razón que las terapias funcionan; en estos contextos, quienes somos no está nunca en juego (o no debería estarlo), y son solo algunas de nuestras conductas las que van a revisión. Con las conversaciones construimos nuestra realidad; por tanto, si cambiamos de discurso puede cambiar, también, nuestra forma de sentir y nuestra manera de vivir. La realidad se transforma.

Aprendemos a amar y a amarnos, o a agredir y agredirnos, en la convivencia con los demás en el día a día. Una convivencia que tensa las relaciones y las crispa generando conflictos, comporta, de manera inherente, la negación sistemática del amor.  Finalmente separa y destruye a las personas y acaba rompiendo la convivencia. Si la convivencia se da en el marco de la confianza y del respeto, entablando relaciones de cooperación, las personas involucradas, capaces de sostener en el diálogo sus diferencias, se desarrollan de manera saludable, conservan su convivencia y tienden a realizarse.

 

Las diferentes experiencias que podemos transitar a lo largo de la vida son fenómenos naturales del mero hecho de vivir –enamorarse, ser padres, ganar una fortuna, sufrir una pérdida, canviar de residencia o de país, casarse…-. Cualquiera de estas experiencias se pueden vivir desde esta biología amorosa, un buen amor que mira “con los ojos abiertos”. Un amor que a todo le da cabida, todo lo incluye, no se pelea con nada y, así, todo lo acepta porque está más allá de los juicios morales o religiosos. Es un amor que puede prescindir de la línea divisoria que distingue entre el bien y el mal. No se trata de un amor que no distingue entre el bien y el mal, sino de un amor que acoge tanto el bien como el mal por igual. Una amor que no se quiebra ante la adversidad, sino que crece para poder hacerle sitio. Desde esta amplitud de la que es capaz nuestra biología amorosa, podemos vivir una pérdida igual que vivimos la llegada de un hijo. Con la misma naturalidad, porque ambas experiencias son parte del vivir. Aceptando y haciéndome cargo de mi tristeza me repliego y lloro, de la misma manera que me hago cargo de mi alegría, y entonces río y doy saltos. Aceptando nuestras emociones, también podemos ser responsables de nuestros actos.

Para que esta clase de amor, que Hellinger llama “con los ojos abiertos”, se dé, es precisa una atmósfera sin tensiones. Y para que haya un clima relajado, sin tensiones, es necesario que cada miembro del sistema ocupe su lugar y los vínculos sean claros. Es decir, que todos los miembros se miren y lo hagan con buenos ojos, esto es, con respeto y sin juicios. Por esta razón Hellinger afirma que primero es el orden y después viene el amor. Así se hace posible la realización de todos los miembros del sistema, que pueden abandonar un marco más bien de supervivencia, de “ir tirando”, para, en palabras de Hellinger, “seguir su propio destino”; como yo lo entiendo: actuar de acuerdo a quien verdaderamente somos para seguir el propio camino.

Amar con los ojos abiertos está exento de exigencias, expectativas o concesiones. Es el amor que mira al otro con amplitud. Este amor no garantiza una vida fácil, sin dolor ni contratiempos, pero sí asegura vivir en congruencia con las cinrcunstancias.

Así pues, para amarte, no hace falta que me caigas bien, no me hace falta admirarte. Tampoco necesito enamorarme de ti o encontrate interesante. No hace falta que te esfuerces en aparentar una mentira, ni yo tampoco. Solo necesito mirarte a los ojos y escuchar con atención lo que me digas. A lo mejor no estoy de acuerdo. A lo mejor sí. Nuestras diferencias no harán más que animar nuestras conversaciones mientras crecemos juntos.

Montse Voltes

Vic, a 22 de noviembre de 2013

 

NOTAS

 

(1)   Humberto Maturana (Chile, 1928). Biólogo. Teoría de Autopoiesis (con F. Varela).  Pionero en considerar el amor desde una perspectiva científica que denomina La biología del amor.

(2)   Bert Hellinger (Alemania 1925). Psicoterapeuta, padre de les Constelaciones Familiares Sistémicas. Aborda el amor desde una metodología fenomenológica.

(3)   Fritz Perls (Berlín 1893-Chicago 1970). Psiquiatra, padre de la Terapia Gestalt.

(4)   F. Perls escribió una conocida plegaria gestáltica la cual ha suscitado mucha polémica. Dice así: “yo hago lo que hago, tú haces lo que haces. No vine al mundo para cumplir tus expectativas. Tu no viniste para cumplir las mías. Yo soy yo. Tú eres tú. Si por suerte nos encontramos será maravislloso. Si no, no tiene remedio”. La cita pertenece al libro de Sinay, S. y Blasberg, P. (2006) Gestalt para principiantes, Buenos Aires. Era Naciente. pág. 171, pero éste no indica la fuente de donde procede la cita de Perls.

REFERENCIAS

Maturana, H. y Varela, F. (2003) El árbol del conocimiento: las bases biológicas del      entendimiento humano. Santiago de Chile. Universitaria.

Cyrulnik, B.  (2006) Los patitos feos. Barcelona. Gedisa

(2006) El amor que nos cura. Barcelona. Gedisa.

Hellinger, B. (2001) Órdenes del amor. Barcelona. Herder

(2000) Reconocer lo que es. Barcelona. Herder

Parellada, C. (2008) El amor, un contingente educativo. Artículo descargado de www.senderi.org