A estas alturas, ya sabemos que a lo largo de la vida nos enfrentamos a diferentes etapas. El paso de una etapa a la siguiente puede comportar conflictos internos (además de externos), que nos exigen algunos ajustes. Aceptar el conflicto es dejar de hacer aquello que ya nos aburre, nos ahoga o nos pone tristes. Dejarlo morir. Pero esta muerte engendra vida nueva. Es un ciclo sagrado al cual todos estamos sometidos. Cuando cerramos una gestalt, tan pronto cerramos un ciclo, la vida brota de nuevo.
Este tránsito de una etapa a la otra es un proceso de transformación. En algunas culturas y tradiciones llaman a este proceso camino iniciático. Y así nace el arquetipo del héroe que parte de viaje hacia tierras lejanas. Es decir, la persona –hombre o mujer- que inicia un proceso de autoconocimiento sobre aspectos de sí mismo o de sí misma que le son desconocidos.
Cuando una persona rechaza –por miedo, por lealtad o por otros motivos- realizar “sus viajes”, cuando declina a atacar “sus dragones” o conquistar(se) nuevos territorios, le sobreviene una gran tristeza y un abandono de sí misma. Un vacío interno le invade y la vida pierde su sentido. Es entonces que la necesidad de crecer y madurar –“de emprender el viaje”- se internaliza, se gira hacia dentro y se ataca a sí misma. La persona se enfada con aspectos propios, con los demás o enferma.
Sin embargo, cuando confiamos en nuestras fuerzas –y en otras, ¿por qué no? misteriosas- las personas somos impelidas a transitar las etapas que la vida nos brinda. Podemos entregarnos, incluso con pasión, a los viajes más extraordinarios, conquistar las tierras más lejanas y enfrentar los dragones más temibles. Salir airosos supone ganar una fuerza extra, y permitir que vida nueva nos brote. Morimos a determinados aspectos, sacrificamos una parte de nosotros –la falsa, la ilusoria, aquella que nos obstaculiza crecer- para ganar otra más grande, más madura y auténtica. Entonces, nos volvemos más fuertes porque nos hacemos más de verdad, más reales.
Es así como “conquistamos nuevos territorios”, es decir, que nos damos más espacio, que ensanchamos nuestros límites, que nos vamos deshaciendo de las capas de nuestra mascara. Poco a poco y, si puede ser, con gratitud. Y, por tanto, también es así que acumulamos experiencia y maduramos.
Hay una manera simple de distinguir las etapas de la vida reduciéndolas a dos: un antes y un después. Cualquier día es bueno para marcar un antes y un después. Para cerrar una gestalt y abrir otra. Para ser frontera entre una vida anterior y otra nueva.
Tal vez, para mí, hoy este día del medio, otra vez.
Montse Voltes
En Vic, a 8 de septiembre de 2013